En Líbano, al lado de los franciscanos para ayudar a los cristianos de Irak

Giacomo Pizzi9 febrero 2015

La Custodia de Tierra Santa está presente también el Líbano. Activa en distintas ciudades y regiones, ha sido recientemente solicitada por las familias cristianas de Caracosh refugiadas en el país de los cedros. Estamos hablando de la parroquia franciscana de Dier Mimas, en el extremo sur del Líbano, donde el padre Tawfik ha decidido salir en ayuda de estas familias.

En estos primeros meses invernales, los kilómetros pasan veloces en el contador del automóvil del padre Tawfik. Es el primer día de la semana y, como de costumbre, debe celebrar dos misas: la primera, a las 8.30 en la ciudad costera de Tiro, y la segunda a las 11 en las montañas remotas de Deir Mimas. La Custodia de Tierra Santa está presente aquí desde hace más de sesenta años con una iglesia y un convento. No hay tiempo que perder, los fieles no se hacen esperar, sobre todo los últimos que han llegado a la parroquia: algunas familias venidas de Caracosh, en Irak.

Tras haber dejado parientes, trabajo y bienes, desde hace algunas semanas han encontrado refugio en este nido encaramado en las montañas de Deir Mimas, a 90 km de Beirut. El padre Tawfik, que se encarga de la parroquia latina, y los habitantes de este pueblecito cristiano de 400 almas les han acogido material y moralmente. «¿Cómo hacer si no?», pregunta una de las parroquianas a la salida de la misa. «Todos los días se oye hablar de la situación del pueblo iraquí y, en particular, de los cristianos que han tenido que huir, bajo la amenaza del Estado Islámico. Entonces, cuando nos dijeron: «Mañana se refugiarán aquí algunas familias cristianas de Caracosh», nos hemos organizado». La simplicidad de las palabras y la simpatía espontánea de los habitantes de Deir Mimas pueden dejarnos perplejos, sobre todo cuando se conoce la presión demográfica y económica que pesa sobre el Líbano por ayudar a los 1,6 millones de refugiados sirios, los 300.000 palestinos y los 9.000 iraquíes ya presentes.

Pero, ¿cómo acoger a familias privadas de todo, dónde hospedarlas, dónde escolarizar a los niños? Los habitantes de Deir Mimas no viven de las rentas, la mayoría se dedican al cultivo del olivo o son empleados de la UNIFIL –la Fuerza de Interposición de las Naciones Unidas en el Líbano-. La economía del Sur del Líbano es muy frágil debido, entre otras cosas, a las sucesivas guerras contra Israel; la última se remonta a 2006. El ingenio del padre Tawfik ha sido determinante, este franciscano libanés y guardián del convento de Beirut, que nos explica: «Para una parte de los habitantes, Deir Mimas es solo una residencia veraniega secundaria; durante el año, algunos prefieren el clima más benévolo de Beirut. Hemos apelado a la disponibilidad de estos para alquilar a un precio módico sus casas para acoger a estas familias». Y asistimos a una ayuda «ecuménica» recíproca: la Custodia de Tierra Santa ayuda con el pago de los alquileres de siete apartamentos puestos a su disposición, y la parroquia greco ortodoxa aporta todo el gasóleo para el invierno; los habitantes donan ropa y alimentos. Lena Gazzi, la única mujer elegida para el consejo municipal de la ciudad, trabaja incansable: distribución de las raciones alimenticias, contacto con las ONG que pueden hacerse cargo de los gastos sanitarios, transportes, traducción… Es ella quien nos lleva a conocer a una familia. El padre Tawfik llega con las manos llenas; los niños corren hacia él, porque en pocas semanas se ha convertido en uno más de la familia.

Najla es una madre treintañera con tres niños que no la dejan: Rania, la mayor, de 10 años; David, que ha celebrado su octavo cumpleaños el día en que llegó al país; y la última, Nur, que no tiene todavía 4 años. Su historia es, desgraciadamente, similar a la de tantas familias de Caracosh, la ciudad cristiana más grande de Irak. El 7 de agosto de 2014, la ciudad cayó en manos de los islamistas y se produjo una fuga improvisada, tras semanas de angustia y de resistencia. El primer destino fue Turquía. «Estaba la barrera de la lengua. Nosotros hablamos arameo o árabe, pero no turco. Y además, los cristianos no son bienvenidos, y hemos estado recluidos durante cuarenta días; no salíamos y no hablábamos con nadie», cuenta la joven madre, mientras mira a sus hijos. Su profundo silencio no deja ninguna duda: tras el éxodo, la ilegalidad y la pobreza, saben que su vida no será jamás como antes. Najla y su marido, profesor, tenían una vida confortable, tenían incluso un automóvil. Rania, la niña de 10 años, nos dice que echa de menos su casa, así como a sus amigos; le gustaría ir a la escuela, aprender inglés; «pero me gusta el Líbano», añade sonriendo.

Alimentar la esperanza

El domingo por la mañana, los refugiados vienen a escuchar la homilía del padre Tawfik. Estas familias católicas de rito oriental profesan la misma fe en Jesucristo y comulgan la misma eucaristía. En la región no hay parroquias católicas de rito siríaco, por eso las familias se acercan a las iglesias que mejor les acogen. El padre Tawfik hace honor a sus palabras: «El papa Francisco no cesa de invitar a la Iglesia a acercarse a nuestros hermanos cristianos de Oriente. Ahora es cuando necesitan de nosotros». Así, la Navidad se ha celebrado con alegría. Se organizó un gran almuerzo con distribución de regalos a los niños, actividades recreativas para los jóvenes y, para el nuevo año, se está preparando la animación espiritual. La parroquia franciscana dispone, de hecho, de un gran salón para reuniones y un campo deportivo. «Al menos, durante algunas horas, estará bien para empezar todos los sábados durante algunas horas», espera el incansable franciscano. «Estas familias han perdido casi todo y no podemos dejar ir a la deriva su esperanza cristiana, sino que es necesario alimentarla», confía.
El franciscano no es sacerdote siríaco y no tiene la ambición de serlo. «Soy católico latino y soy feliz porque algunos hermanos de otro rito puedan descubrir nuestro modo de vivir la fe, aunque solo estén de paso. Debemos enriquecernos con este encuentro». Estas familias iraquíes han venido a confiar la incertidumbre de su destino bajo la protección de san Mimas, mártir del siglo III que ha dado nombre a la región. «Aquí nos sentimos casi como en casa, porque se nos mira con benevolencia», concluye Najla.

Un autobús para ir a la escuela

Una vez llegadas a Deir Mimas, estas ocho familias iraquíes, sobre todo los 19 jóvenes que las componen, tienen necesidad de integrarse en la sociedad libanesa. Los niños han sido matriculados en las escuelas vecinas de Claya, pero no pueden ir porque no tienen recursos para pagar el transporte escolar. «Para estos 19 jóvenes, un minibús para llevarles cinco veces a la semana durante los próximos seis meses costaría solo 1.500 euros», explica el padre Tawfik. Los niños podrían así no solo ir a la escuela, sino sobre todo salir de sus casas, cambiar de aires y jugar con otros niños de su edad.

Asociación pro Terra Sancta sigue apoyando a los frailes franciscanos presentes en el país, porque la historia de los cristianos del Oriente Medio forma parte de nuestras raíces y de nuestra cultura. Con ellos, deseamos abrazar a los cristianos perseguidos, llenos de sufrimiento e inquietudes, y compartir el dolor de las personas que lo han perdido todo.

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