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Belén: visita a la casa de ancianos

Giacomo Pizzi1 septiembre 2011

Ven y verás. Esta es la única cosa que se puede hacer para conocer la realidad de Belén.

ATS Pro Terra Sancta, gracias al proyecto “Belén también es anciana”, intenta que los ancianos no caigan en el olvido, en particular los que se hospedan en la Sociedad Antoniana, una casa de cura en la que viven actualmente 28 mujeres ancianas.

Los peregrinos que, curiosos, deciden visitar la estructura siempre quedan impresionados. Queremos contarlo con las palabras de una de ellos, que tuvo la ocasión de pasar una mañana con los huéspedes de la Sociedad Antoniana junto a una voluntaria que presta servicio en Belén.

Querida,

He visto una realidad que me ha tocado profundamente.

Desde que nos encontramos en Getsemaní para rezar juntas las Vísperas, he deseado conocer mejor la situación. Me encontraba en Getsemaní por un período de silencio y oración y ya me parecía un gran dono poder estar en aquel contexto. Pero, ciertamente, cuando me hablaste de tu empeño con los ancianos de Belén, no pude completar mis oraciones ya que entreveía, como geriatra, que tenía que conocer una realidad de asistencia a los ancianos.

Y tú también fuiste muy generosa permaneciendo a mi lado. En definitiva, todo me ayudó para volver una vez más a Belén…

Esta vez la estrella no me conducía para inclinarme ante un Niño venido para todos los niños, si no a inclinarme ante aquellos seres todavía más pobres que Él, porque están privados de muchas cosas, privados (como son los ancianos) de la salud, de la alegría del futuro, de la esperanza.

Hubo momentos “fuertes”: aquella señora con el andador, que me llamaba repitiendo “Hasta la vista” y con la cabeza quería reforzar la invitación de volver a vernos de verdad.

Y aquella otra querida señora, que me preguntó por qué estaba allí. “Para encontrarme con una señora tan amable como usted”, le dije. Y su respuesta: “Yo, ¿yo una señora?». ¡Había probado de nuevo el gusto de la identidad! Y sus manos estrechadas con las mías comunicaban una gran ternura. Mi nombre, mi trabajo, la búsqueda de sus gafas para poder verme, su índice levantado mientras me repetía: “God made you a doctor” (Dios te ha hecho médico).

Luego las otras personas…y mi petición: “¿Tienen una bata para mí?”

Después, el encuentro con Sor Inmaculada, el dulce comido en la cocina ofrecido por la Hermana todavía caliente, y después… después, ¡el recuerdo de aquella jornada!

Amablemente me acompañaste a volver a ver la Basílica de la Natividad, pero te confieso que inclinándome no veía el rostro de un Jesús niño, si no el de un Jesús necesitado. Y tú recordarás que estaba bastante confundida, casi avergonzada.

Querida Anna, deseo que no se pierda nada de aquel día. Yo recibí muchísimo.

Por esto quiero regresar, me gustaría contribuir en vuestro empeño y ser útil para aquellas queridas señoras. Espero recibir noticias tuyas muy pronto.

Un fuerte abrazo.

Angela

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