Historias de refugiados desde Rodas y Cos

Giacomo Pizzi8 junio 2016

A un mes de la visita del Papa Francisco a la isla de Lesbos, presentamos dos historias de refugiados sirios que llegaron allí desde Rodas y Cos, dos de las islas más afectadas por la grave emergencia humanitaria. Aquí los frailes de la Custodia de Tierra Santa desempeñan diversas actividades para ayudar a los refugiados, pero la situación es verdaderamente dramática. Desde enero de este año han llegado 132.177 refugiados a Grecia. Durante el correspondiente del año pasado fueron 3.200.

Amir tiene quince años. Lo encontramos solo, en las afueras del centro de acogida. Hablamos con él en árabe. A veces esto basta para dibujar una breve sonrisa en las personas con quienes nos encontramos. Le preguntamos qué está haciendo allí, solo. “Estoy esperando a mi padre”, responde. “¿Y el resto de tu familia?” “Aún están en Siria. No tuvimos opción”, contesta. No tenían dinero para pagar a los traficantes por todos, así que solo Amir y su padre lograron escapar. “Vamos en camino hacia Alemania”, agrega esperanzado, “esperamos ahorrar suficiente dinero allí para que los demás puedan reunirse con nosotros en el futuro”. Su cara se nubla de repente, nos dice que su casa fue totalmente destruida y que no tenían un lugar donde esconderse. Habían construido un refugio a mano en las afueras de la ciudad, pero no había comida y el agua estaba siempre sucia. “Pienso en mi familia todos los días” concluye, mirando a la distancia. Un chico de quince años viviendo en tal situación es deplorable, sin embargo, solamente es uno de tantos. Le dejamos algunas chocolatinas y galletas, en realidad no gran cosa, pero Amir no deja de darnos las gracias porque le hemos hecho compañía. Su sencilla gratitud nos abruma.

En la isla de Cos conocemos a Bilal, que tiene catorce años y llegó allí en una balsa de goma. Él y su familia tuvieron que caminar desde Siria a Turquía, y fue allí donde embarcaron. “¡Antes de llegar a Turquía no había visto nunca el mar!”, exclama, todavía impresionado por su inmensidad. Le preguntamos si le asustó. “¡Oh, sí!” Ni Bilal ni sus padres saben nadir. “¡Además esa barca no era como las que se ven en las películas!” Nos dice que el traficante turco con quien habían hecho los arreglos botó la balsa y después de un par de metros “¡desapareció en el mar haciendo una voltereta! Luego reapareció en la orilla”… Una noche de terror para Bilal y los otros pasajeros. La balsa estaba abarrotada y apenas se movía. Con cada ola la gente gritaba. “¡El verdadero sufrimiento”, agrega, “era ver la costa griega al otro lado sin poder llegar a ella!”

Cada martes, más de 80 familias vienen al monasterio por bolsas de comida y artículos de primera necesidad. Los frailes acogen a todos, sin discriminar. Cuando es posible, son los frailes quienes salen del monasterio y van a los centros de acogida para encontrase allí con la gente, escuchar sus historias, y dejarles alguna cosa de utilidad, a veces una simple chocolatina o unas galletas. “Muchas veces distribuyo cepillos de dientes y dentífrico”, nos dice fray Luke, el párroco de Rodas. “En realidad tienen necesidad de todo. ¡Se necesita muy poco para hacerles sentir que no están solos, pero para ello es necesario ir a buscarles!

El trabajo de los frailes en Rodas y Cos es verdaderamente extraordinario, pero nunca es suficiente.