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Jerusalén: arqueología y política

Giacomo Pizzi4 octubre 2010
“Jerusalén es de todos: hebreos, cristianos y musulmanes. Y, sobre todo, es patrimonio universal de la humanidad, bajo la protección de la Unesco. ¿Por qué no intentar que las decisiones sean compartidas?” Así se manifestaba hace pocos años el Padre Michele Piccirillo, arqueológo del Studium Biblicum Franciscanum recientemente desaparecido, cuando se refería a un asunto que sigue siendo uno de los temas más embarazosos en la capital disputada por israelíes y palestinos, en el Lugar Santo por excelencia de las tres grandes religiones monoteístas: arqueología y política. “Basta mirar lo que ha ocurrido en los últimos decenios, o incluso antes, en la historia de las excavaciones en la Ciudad Vieja para entender que no es posible dejar a un lado la política para tratar sólo de arqueología”, declaraba el reconocido experto. La apertura del túnel del Muro de las Lamentaciones, primero, y la puerta Mughrabi, después. Hoy le toca a Silwan, barrio de la Jerusalén Este habitado en su mayoría por palestinos, ser el centro de atención para la opinión pública internacional sobre el aún no solucionado conflicto de la Ciudad Santa de cristianos, hebreos y musulmanes. Y es que hablar de Silwan es hablar de excavaciones, intervenciones y proyectos arqueológicos que ponen en el centro del debate lo que, para la población árabe, representa una gran “emergencia” pues, como comenta el padre Eugenio Alliata, arqueólogo del Studium Biblicum Franciscanum: “Una noticia que aparece constantemente en las páginas de los periódicos es que muy pronto en Jerusalén, a pesar de las presiones internacionales, centenares de personas tendrán que desalojar el barrio árabe de Silwan que, en su lugar, acogerá un parque arqueológico-turístico, llamado de los Jardines Reales”, declara el profesor. A los habitantes que se queden, muchos de ellos con riesgo de ser desalojados, les tocará lidiar con arqueólogos y proyectos que, desde hace años, entrelazan excavaciones e intervenciones de naturaleza arqueológica con intereses político-religiosos en la zona que, usando términos bíblicos, Israel define como el “área arqueológica de la Ciudad de David”. Para el padre Alliata, los intereses particulares que están en la base de determinadas iniciativas para sacar a la luz la antigua Jerusalén son bastante evidentes. “Está claro que arqueología, política y Biblia, publicidad y financiación se encuentran/desencuentran en Jerusalén sobre la base de una situación ya de por sí bastante rica en tensiones”, declara. Siempre según el arqueólogo y encargado del Museo franciscano del Studium Biblicum, se verificaría de este modo una colisión entre el aspecto científico y el político, “ciertamente no deseada y no inevitable”. Una colisión demostrada “con la acusación frecuente de privilegiar “unos” descubrimientos y relegar “otros”. Mientras los desencuentros y conflictos se hacen eco en las principadas portadas de la prensa mundial, es escaso el interés en relación con lo que, tanto en los barrios del Este como en la Ciudad Vieja de Jerusalén, representa un auténtico problema dentro de la comunidad árabe: el aumento de la población y la dificultad en la obtención de permisos para ampliar los edificios existentes o construir otros nuevos. Dificultad no sólo para los habitantes de religión musulmana sino también para alrededor de 6.500 cristianos que residen en las superpobladas casas del centro histórico, cuya densidad de población varía entre las 20 y las 79 personas por cada mil metros cuadrados, cifra netamente superior a las medias occidentales y que crean no pocos problemas a los directamente afectados. Los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa, que poseen numerosos edificios en los que acogen a las familias más necesitadas a cambio de un alquiler simbólico, han iniciado hace algunos meses, con la colaboración de la Asociación ATS Pro Terra Sancta, nuevos trabajos de recuperación y restauración de los edificios en estado más ruinoso para garantizar a los cristianos de la Ciudad Vieja una calidad de vida mejor, previniendo de esta forma el éxodo de las familias árabes cristianas de Tierra Santa.