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Las manos y el corazàon de Mattia, fisioterapeuta voluntario en Belén

Giacomo Pizzi26 marzo 2018

Mattia es un joven fisioterapeuta de treinta años. Después de haber estudiado en Milán y de haber trabajado en Alemania, un amigo franciscano le ha animado para ir a Tierra Santa, concretamente a Belén. “Después de tres meses en el orfanato La Chreche -explica el joven- me llamaron la atención las historias y los rostros de estos niños. Por eso he querido seguir echándoles una mano”. Gracias a ATS pro Terra Sancta y a la Asociación Habibi, Mattia ha trabajado un año con los ancianos de la Sociedad Antoniana de Belén y con los niños del “Hogar Niño Dios” (casa de acogida de niños discapacitados, abandonados o con graves dificultades que gestionan las religiosas de la Familia del Verbo Encarnado). Palestina carece de un sistema de pensiones o de asistencia pública sanitaria. Sin donaciones y sin la ayuda de las monjas y monjes estos ancianos y niños estarían del todo abandonados.

“Estos lugares son para ellos la única salvación”, cuenta Mattia mientras le da un masaje en las piernas a María (84 años), en cama desde hace un año.“Takkè” dice Afifeh, cada vez que oye el sonido de sus articulaciones cuando las mueve. Ella tiene más de noventa años y es una de las mayores de este sitio. “Al principio me decía en árabe bukhra thigi – cuenta él-. Después entendí que me decía: “¿Vuelves mañana?”. Me ha emocionado porque quiere decir que he dejado huella”. Cuando se acerca a saludar a los demás pacientes algunas mujeres le besan las manos y se las ponen en la frente, un gesto típico aquí dirigido a sacerdotes de las iglesias orientales pero que ahora se lo hacen a él como agradecimiento a esas manos que alivian sus sufrimientos. “En la relación médico-paciente la relación lo es todo -explica- especialmente en un asilo en el que el paciente está siempre cama. Pero el momento más gratificante desde el punto de vista humano es la comida. ¡Dándoles de comer les estás dando la vida!”.

Lo que más le ha llamado la atención de Belén a Mattia es la acogida de la gente. Amigos, trabajadores y pacientes le han hecho sentir como un hijo, como hijos son sus pacientes del Hogar.

Cogiendo en brazos a Duah, una preciosa niña de cinco años que parece que tiene dos, explica: “le costaba estar sentada. Sin embargo ahora, después de un año de trabajo, se mantiene de pie y con un mínimo de ayuda puede caminar”. Muchos de ellos son afectuosos con él y, a veces, no sólo de palabra. Por ejemplo, como Marcellino (de nombre Mohammad). Lo ha conocido en La Chreche. No habla quizás por algún trauma pero corre y sonríe siempre y coge la mano de quien se le acerca para que le siga y juegue con él.

“Con las personas mayores y con los niños te das cuenta de que el resultado no es lo único que cuenta cuando hay problemas irresolubles”, explica Mattia dándole un masaje en las articulaciones a Sofir, una niña de siete años con un grave retraso mental que le impedirá caminar. La finalidad de su trabajo era mejorar lo más posible la dignidad de estas personas que no tienen nada y lo ha conseguido.

Hoy es su último día de trabajo. Le han organizado una fiesta de despedida con los niños del Hogar pero seguramente la magia de sus manos permanecerá en el corazón y en la sonrisa de niños y ancianos de Belén. ¡Gracias a ATS pro Terra Sancta ha podido ayudar a aliviar los sufrimientos del cuerpo y a hacer felices sus almas! En la ciudad donde nació el Salvador recordamos las palabras de Jesús: “Os aseguro que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).