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Levantarse y renacer

Giovanni Caccialanza8 noviembre 2021

El viaje a Siria de Tommaso y Guendalina – Segunda parte

Colores

 “Es importante informar sobre lo que resiste en Siria”, sigue Guendalina. “Como por ejemplo el jardín del padre Raimondo, en Damasco”. Pro Terra Sancta financió la iglesia donde hoy se encuentra el padre Raimondo; hay un hospital para enfermos terminales, una escuela de música y justamente hay un jardín. 

Las fotos pasan, son las de niños sonrientes, de madres, abuelas bajo el burqa, bajo el hijab, representadas, sin vestidos, por negros cabellos sobre maravillosos ojos profundos y oscuras. “A mí siempre me sorprende un poco – cuenta Guendalina – ver tantos colores: parecen salones muy normales, como los de Italia, pero es éste el punto. Yo quisiera que se grabara un vídeo, un vídeo como el que el niño encuentra para llegar aquí, entre estos colores, y en un espaco limpio. Un vídeo que cuente de cuando baje a la calle, entre la suciedad y los escombros, de la casa donde vive, del lugar donde crece”. Sonríe, “pero ¡escucha como tocan estas personas aquí!”, dice mostrando un vídeo de un chico tocando el piano. 

Siria que lucha…

Y se habla de este rostro de Siria, un país hace menos ruido que las bombas, y crece silencioso, en medio del infierno. Eso pasa en el santuario de San Ananías, que el padre Firas, con la ayuda de Pro Terra Sancta, intenta convertir en una casa para la comunidad cristiana de Alepo. “En Alepo hay verdaderos mártires”, cuenta Guendalina mostrando la foto de la tumba de uno de ellos”. La guerra realmente les interesó de cerca a los sacerdotes cristianos en Siria: “en 2015, tras un armistizio, algunos jihadistas fueron llevados del norte de Siria a otras zonas con autobuses escolares brindados por el gobierno sirio, ya que tenían miedo de que hubiera atentados en el recorrido, decidieron mantener a bordo con ellos los sacerdotes cristianos, quienes tuvieron que viajar en bus con los jihadistas armados”. 

Y Alepo que ayuda…

Pero hay también un rostro de Siria que habla de diálogo y riqueza en el intercambio. Y una vez más el padre Firas es protagonista de esta cultura del encuentro: el franciscano le involucró a Binan, una mujer musulmana, licenciada, para crear, desde el 2016, el Franciscan Care Center (FCC), y el proyecto “Un nombre y un futuro”. 

Hoy el FCC les apoya a cientos de niños que se quedaron solos. Dentro de él, los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa se encargan de los huérfanos, de los niños solos que todos olvidaron, que crecen entre las ruinas materiales y morales de Siria, destrozada y cansada por la guerra. En el este de Alepo, la zona de la ciudad que sufrió las devastaciones más graves, y que este espacio intenta aguantar el impacto de la pobreza y desesperación, brindando apoyo psicológico y garantizando una presencia fija y segura. Ésto también es suficiente, donde todo fue devorado por las llamas y las bombas. 

En cambio, dentro del proyecto “Un nombre y un futuro”, Binan y otras voluntarias coordinadas por ella y el padre Firas les enseñan lectura y escritura a decenas de mujeres islámicas. “Deberían ver los salones, están muy llenos”, dice Guendalina, siempre mostrando las fotos – “ellas son muchas, y todas proceden de las familias sunníes”. Los vestidos negros que cubren los rostros de las mujeres forman una extraña harmonía con los colores vivaces y distintos de los pupitres, de las paredes y dibujos colgadas a las paredes. Pero quizá toda Siria esté aquí, en una sinfonía complicada y también muy fina, que lucha para afirmarse, y empuja para encontrar un espacio. 

Una última sonrisa

“En Alepo tenemos una red de más de ciento cincuenta voluntarios, y ésto significa apoyarles a mil personas, y quizá más”. Además, junto a Firas está el padre Ibrahim. Él gestiona una parroquia en Alepo, y es único en su dinamismo. “Es un hombre extremadamente carismático. Él les abre las puertas de su parroquia a todos los niños de la comunidad cristiana y les ofrece el almuerzo. Siempre hay más de 700 hamrburguesas y papas fritas, envueltos a mano por los voluntarios del oratorio”. 

La última foto que pasa bajo las manos de Guendalina es la de un niño sonriente, detras de su porción de papas fritas, al lado de muchos coetáneos, entre mil colores brillantes. En el fondo parece que ninguna guerra haya pasado por aquí, y que, al final, los errores de un conflicto como el que Siria está atravesando puedan realmente adormecerse y desaparecer detrás de quello ojos que sonríen, una vez más.