Una esperanza más grande que la crisis

Amy Rodriguez10 diciembre 2021

A la espera de la Navidad entre Líbano y Siria 

Ya está obscuro cuando las ruedas del avión tocan la pista de aterrizaje. Es increíble, la cola al control de pasaportes fue muy rápida. Pocos adornos me recuerdan que aquí también la gente está preparándose para la Navidad. Pero apenas salgo, me doy cuenta de estar frente a una situación totalmente nueva. “¿Ves aquellas casas en la colina? Están todas iluminadas por generadores a gasolina”.  

Bienvenidos a Libano… 

Cuantas veces escuché esta frase durante mis viajes a Siria, entre las ciudades destruidas por el conflicto, y sin embargo esta vez el efecto es distinto, porque Fadi no está mostrándome la perifería de Damasco o de algunos barrios de Alepo: estamos en Beirut. Es una ciudad que ya vi varias veces, siempre iluminada, viva y caótica, amenudo bloqueada por el tráfico. Hoy son calles desiertas las que cruzan barrios espectrales y oscura. 

Desde la carretera el aeropuerto veo  en la penumbra los rascacielos que era nel marco de la Beirut lujosa y brillante: ahora parecen ser puras statua de hormigón deshabitadas. Hay que tener cuidado al andar en auto: los semáforos están apagados durante más de 20 horas diarias, y de noche no se ve nada. 

Bienvenidos a Libano. En las equina de las calles unos niños de tres o cuatro años me persiguen con los pies descalzos para pedirme unas monedas. “¡Plata ¡Plata!”, se trata probablemente de las primeras palabras que aprendieron y que les gritan a todos, mientras el centro de la ciudad se vacía y solamente la luna les ilumina a los hoteles de lujo frente al mar. No puedo creer eso, y apenas es la primera noche. 

Vivir con 20 dólares mensuales

La mañana siguiente me encuentro con el equipo de Pro Terra Sancta que en Libano está llevando a cabo las actividades de apoyo: cuando empezamos a hablar son las 9 de la mañana y con una aplicación del celular me muestran el cambio actual: el dólar son casi 22.300 liras libanesas, (hace un año un dólar les correspondía a 2000 liras). “Tené cuidado con lo que va a pasar ahora”, me dicen. Pasan pocas horas y el dólar ya vale 23.000 liras libanesas. “Todo ésto sigue empeorando”. 

La lira se devalúa cada hora más, pierde terreno, ya no vale casi nada. Un sueldo medio son casi 20 dólares. La situación es tan dramática, y varios docentes ya no van al colegio porque con su sueldo ni siquiera logran pagar la gasolina para el recorrido de la escuela al trabajo. 

Mientras escucho los cuentos de los que tuvieron que manejar una miseria nunca conocida antes, sigo visitando las varias familias que ayudamos. Por calles las luminarias instaladas para las fiestas están apagadas, y si te encontrás con alguien por pocos segundos, te estira la mano para pedirte ayuda. 

De Beirut a Damasco 

Beirut es irreconocible, y sigue siendo la una étapa obbligatoria antes de llegar a Siria. Aunque se reabrieron los aeropuertos, aún no hay vuelos internacionales y recorrer en auto el valle de la Becá es la única forma de llegar a Damasco, la segunda étapa de este viaje. 

En el país de Assad es mucho más difícil hablar de recuperación. Lo que fue destruido nunca se reconstruyó. Los edificios en ruinas siguen estando deshabitados. Las periferías están abandonadas. Trabajar es un sueño, al igual que poder encontrar alimentos. 

La guerra ya se fue casi totalmente, pero les dejó su lugar al hambre y a la pobreza. No hay victoria entre las ruinas, solamente vencidos. Y la situación empeora si nos trasladamos hacia los pueblos de la provincia de Idlib, donde hace años le apoyamos a la presencia franciscana afectada por el conflicto. 

El Padre Louay y el Padre Hanna: evangeli zar bajo la dictadura yihadista 

Allí viven dos frailes que dan todo para los demás. El Padre Louay vive en el pueblo de Jacobieh, que aún está bajo el control yihadista. Junto con el Padre Hanna, él no puede salir de quello territorios cerca de Turquía y vive una situación parecida a la que vivían los cristianos bajo el Emirato Islámico. Pero también, y sobre todo aquí, entre las personas más afectadas por el odio de los islamistas, sigue brillando la esperanza. 

Hace algunas semanas uno de sus parroquianos fue injustamente acusado de blasfemia por el tribunal religioso islámico. Tras un juicio sumario, fue condenado a siete meses de prisión y a cien latizagos públicos. Es un castigo que en sus condiciones de salud y edad, (75 años), él nunca habría podido soportar. 

El fraile toma coraje y se dirige directamente al tribunal: “Él nunca lograría aguantar tanto, yo con gusto acepto la pena que decidieron para él”. Hay silencio. Los jueces se miran atónitos por unos instantes. “Nunca nos pasó algo similar, abuna”. Le miran al padre Louay y toman tiempo: “danos un poco de tiempo para pensarlo”. 

El Salvador nace en Belén y revive en Siria 

Así se reúnen para discutir sobre aquella propuesta tan surreal, umanamente imposible, y que antes nunca habían escuchado. Un hombre sin culpa que toma sobre sí las “culpas de otro”. El estupor de aquel gesto está también acompañado por cierta conmoción, ya que luego llega este veredicto final: “realmente tu corazón es muy grande, abuna. Por esta razón decidimos liberarte a vos y a tu parroquiano, están libres”. 

Después, aquel cristiano permaneció en arresto domiciliario por diez días, para que el tribunal religioso salvara la cara frente a los yihadistas de la región. Pero había ocurrido un milagro. Un hombre había ofrecido su vida para salvar a otra. Ésto le recuerda muy de cerca al milagro de aquel niño que justamente por eso nació en Belén. Para salvar a una persona, a mil, a todas. La única, verdadera y gran victoria, que nadie nunca podrá robar, ni siquiera en Siria.