Levantarse y renacer

Giovanni Caccialanza4 noviembre 2021

El viaje a Siria de Guendalina y Tommaso

Aquí todo está destruido, ¿te das cuenta?”, dice Guendalina Sassoli, presidenta del comité de sostenedores de Asociación Pro Terra Sancta, mostrándome las fotos del gran zoco de Alepo, que ya solamente es un montón de escombros. “Quizá era más grande que el de Istanbul”, y corren veloces las imágenes de las bóvedas perforaradas por las bombas, de las paredes derrumbadas o destripadas por las bombas.

“Pero después, en la obscuridad de las bodegas cerradas y devastadas, aparece una pequeña luz”, comenta la mujer maravillada. “Es uno de los pocos comerciantes que siguen creyendo, e intentan volver a empezar. En todo el zoco sólo quedaron tres personas”. Hay una pausa de silencio, la foto que ella me muestra describe un hombre solo, en la luz pálida de una bombilla incandescente colgada con fatiga a un hilo, quien inclinado sobre una pieza de chapa realiza una operación muy complicada. A su alrededor, hay piedras deslizadas, persianas desgarradas, y scombro sin fin. “Se necesita un buen coraje”, suspira la mujer. Aquí se habla de esta Siria valiente. 

El viaje

Y sin embargo, se realizó el viaje a Siria de Guendalina y Tommaso, (dos responsables operativos de Asociación Pro Terra Sancta), en un extraño diálogo de destrucción y esperanza. El recorrido empezó en Beirut, capital libanesa, y los llevó antes a Damasco, y luego a Alepo, visitando todas las cicactrices, que aún están sangrando, del conflicto, abriendo los ojos hacia el sol, que pide levantarse y renacer. 

Levantarse: es algo muy difícil en la ciudad de Damasco. En la capital siria, los dos entran en el claroscuro de los callejones de las ciudas, respirando el aire cargado con esperia, y sienten por todas partes, de costado, las miradas sospechosas de la gente. “Aquí es mejor no hablar, nunca se sabe”, cuantas veces escuchamos esta frase. “Todos claramente conocen la situación política, e influye en la vida de la gente. No se puede hablar de nada aunque desde lejos pueda comprometedor: incluso preguntar: “¿Cúal es tu trabajo? podría hacerte quedar mal y creer que eres parte de los servicios secretos”.

Irse y quedarse

En este clima paralizado por el miedo, colgado a los hilos retorcidos de la desconfianza, le encontramos a un artesano, vendedor de vidrio. Tiene 26 años, la barba está curada, tiene una camisa limpia; a su alrededor están los colores brillantes de las artesanías locales; él sonríe, en la luz cálida de su bodega. “Dentro de una semana dejará todo; se irá a los Emirates Árabes, donde vive uno de sus hermanos”, cuenta Guendalina. “Ésta es la única forma de no acabar en el ejército: dejar todo e irse”. Renacer: eso es realmente muy difícil para quien diariamente enfrenta los retos de la pobreza y de la violencia. Pero Pro Terra Sancta justo para eso está ahí, para ofrecerle una nueva esperanza a quien en Siria se ve obligado a marcharse, y tú los entiendes, pero tienes que intentarlo, tratar de ayudarlos a levantarse”.

Fondos para empresarios

Es este relanzamiento personal la finalidad del proyecto que Pro Terra Sancta abrió en Damasco. Es un concurso para recompensar las mejores ideas entre los pequeños empresarios, para permitirles recuperar un poco de aquella normalidad que la guerra destruyó, de ésto se trata. 105 pequeños empresarios respondieron: “es un número extraordinario, considerando el contexto”, dice Guendalina. En Damasco, los dos se encuentran con los mejores veinte; y comienza la larga teoría de las fotos que los representan. 

Son rostros sonrientes, son productos de colores, perfumados, sabrosos, podríamos decir. “Éste es un artesano; a los 40 años perdió todo por la guerra, ahora quisiera volver a empezar comprando máquinas y contratando a dos chicos”. Guendalina cambia la foto, mostrando la marquetería que el hombre produce: son pequeñas obras de arte, bordados de madera”. “Para permitirle volver a empezar, le ofrecemos casi 5000 dólares”, el costo de un par de electrodomésticos en Europa; dos sueldos y la vida profesional de dos jóvenes en Siria. 

Una universidad que se queda

Luego están los cocineros, los agricultores, las costureras, los cultivadores de especias, los fabricantes de jabones; Guendalina se enfoca en el rostro de un jóven sonriente quel leva una camisa. “Él viene de la universidad. Por lo menos ella resste. Él se encontró con una compañera de curso sordomuda, y ahora quiere crear una aplicación para permitirle comunicar con todos: ella se encuadra mientras utiliza el alfabeto sígnco, y la aplicación devuelve las palabras en un lenguaje ordinario”. Son chispas, chispas en la obscuridad. 

“Hablando de universidad”, interviene Tommaso, “cuando pasamos frente al edificio, en Damasco, el hombre que nos acompañaba por la ciudad como intérprete, se paró y nos pidió sacarle fotos. Él nunca lo había hecho, pero quería que nosotros la viéramos que contaramos que en Siria la universidad sigue estando de pié, y funciona. Él quería comunicarlo”.