Fe, esperanza y caridad en Alepo. Última etapa de nuestro viaje a Siria

Giacomo Pizzi14 noviembre 2017

La última etapa de nuestro viaje a Siria es la más dolorosa y sorprendente. Las heridas de la guerra son visibles todavía. Y de qué manera. Pero Alepo trata de curarlas, para volver a ser más bella que antes. El camino para llegar desde Damasco es todavía más largo, la interrupción de la autopista no deja más posibilidad que recorrer vías secundarias y tortuosas, pero es la única manera para llegar a la Capital del norte. La lluvia torrencial que encontramos a nuestra llegada es un regalo para estos lugares áridos, pero las gotas sobre los muebles polvorientos y abandonados dentro de casas destruidas saben un poco a tristeza.

macerie aleppo Recorremos kilómetros de escombros antes de llegar a la parroquia de San Francisco, donde los frailes nos acogen con esa inolvidable alegría que impresiona cada vez. Han pasado pocos meses desde nuestra última visita, pero la ciudad ha cambiado. Los alepinos han vuelto a vivir, a llenar las calles sucias y llenas de ruinas con vehículos viejos y tambaleantes. Pero es una buena señal: ha vuelto la gasolina. Y los cláxones suenan continuamente, porque la precedencia, aquí, se toma de esta manera. También las luces de las casas son una novedad: Todavía son pocos, tal vez, respecto a Damasco, pero los apartamentos iluminados por la noche son una alegría que en la ciudad fantasma de hace un año parecía imposible.

Alepo es una ciudad que no se ha rendido nunca, a pesar de todo. Las muchas historias de coraje y esperanza encontradas por las calles tratan de iluminar un futuro que se muestra hoy con menos sombras y algunas luces más. En el barrio de Azizieh (sede de la parro quia y donde se centran nuestras principales actividades) visitamos la pastelería abierta por Khalil, y a pocos menos el taller abierto por George, además de la tienda de snacks junto a la parroquia. Hace meses eran solo locales cerrados, hoy son signo de una lenta pero constante recuperación.

“La gente necesita trabajar. Hemos recibido 400 peticiones de este tipo, y estamos trabajando para permitir, a quien lo desee, trabajar y vivir con dignidad”. El Padre Ibrahim Alsabagh, el párroco latino de Alepo, se refiere a un proyecto iniciado con ATS pro Terra Sancta, que tiene como objetivo abrir algunas start up gracias a microcréditos. “De esta manera —continúa— pueden hacer una demanda y nosotros, después de una selección, decidimos darles una posibilidad. No es sencillo y la mayoría de las vece bambini aleppo s tienen ante sí grandes desafíos, pero su audacia para lanzarse a estas empresas es heroica”.

En dos días es difícil seguir el ritmo a este carro de la caridad que ha puesto en marcha a miles de personas. Va desde la escuela para sordomudos e el colegio de Al Ram hasta las casas recién restauradas por el equipo de la parroquia (proyecto que recientemente hemos lanzado con una campaña ad hoc). “Son 900 las peticiones, por ahora hemos conseguido rehabilitar solo 90”, explica Noubar, ingeniero involucrado en el proyecto.

Una gota en el océano, es cierto, pero en Alepo hasta una gota sirve para no morir de sed. Y ahora no podemos dejar de sorprendernos, y por un instante conmovernos, ante el espectáculo visto en estos días. Rostros sonrientes nos obligan a ver el vaso medio lleno. Basta poco para ver a la gente contenta mientras recoge los escombros del suelo y se disponen a arreglar sus casas. O un vivaz señor de sesenta años que para ganarse la vida vuelve a vender café frente a la Ciudadela.

Sin olvidarnos de los muchos proyectos que también vosotros nos habéis ayudado a mantener en estos años. A los alepinos les ha servido de mucho, y verdaderamente están agradecidos. Ahora no ven la hora de recomenzar. No son personas que se quedan cruzadas de brazos. Desean correr, desean vencer.

¡Ayudémosles a reconstruir!