Semafori spenti in Libano
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Diario de viaje – Libano #1

Amy Rodriguez20 julio 2021

Día 1: la llegada


Llegamos a Beirut a las 22.30 con un vuelo procediente de Istanbul. Estamos viajando desde las 11 de la mañana y solamente nos quitamos el barbijo para comer. A la salida, la cola para sacar la visa es interminable: hay una multitud de por lo menos 200 personas amontonadas, sobre todo son familias con niños que gritan, agobiados por las largas esperas. 

El viaje fue interminable y nosotros estamos muy cansados, no quiero imaginar lo que ésto signifique para un niño… Delante de nosotros hay una niña de pocos meses gritando desesperadamente, y no sirven los esfuerzos del padre, de la madre y de los hermanos mayores que la sujetan constantemente por turnos intentando tranquilizarla. 

Ella tendrá más o menos un año, al igual que mi hija, y de repente agradezco por no estar con ella en esta situación porque la fila se mueve muy lentamente y no pasará muy rápido el tiempo. 

Después de más de media hora superamos los controles, pero no terminamos: antes de recoger el equipaje nos toca nuevamente hacer cola para las pruebas del Covid-19. Tuvimos dos dosis de la vacuna e hicimos una prueba al comenzar el viaje y solamente pasaron pocas horas, pero no es suficiente. Hacemos otra prueba aquí y mañana nos comunicarán los resultados por el Whatsapp. 

Tras casi dos horas retiramos el equipaje y salimos. Nos acoge Fadi, el coordinador de nuestros proyectos en Libano, quien nos esperó durante todo aquel tiempo. 

El colega Giacomo, quien viaja conmigo, estuvo aquí hace unos meses, pero para él también las horas de espera para la visa son una novedad. Le preguntamos el por qué a Fadi. 

 “Con su vuelo – nos comenta – aterrizaron seis aviones más, porque estamos en pleno verano y las familias vuelven a Libano de otras partes del mundo para pasar aquí sus vacaciones. En la época de verano siempre hay muchísimos libaneses que regresan a casa para ver a sus familias, pero este año hay mucha más gente debido al derrumbe de la moneda libanesa, y con 1000 dólares puedes vivir unas vacaciones que hace unos años te costaba por lo menos 3.000 o 4.000 dólares por familia…”. 

Entonces, para las familias que vienen del extranjero la devaluación de la lira libanesa fue realmente una diversión, pero éste es único aspecto positivo de una situación terrible, porque para quien aquí vive y trabaja, las cosas no marchan bien para nada.

El impago económico de 2019, la emergencia Covid que le bloqueó al país y las tremendas explosiones que destruyeron el puerto de Beirut en agosto de 2020, quitándole la casa a 300.000 personas, le hicieron caer a un sistema de gobierno frágil y corrupto, totalmente ineficaz frente a la serie de trágicos eventos que siguen ocurriendo en cadena hace meses y que como un alud le arrollan a la población. 

La consecuencia es una constante desconfianza hacia la autoridad, incapaz de defenderle al pueblo libanés y más inclinada a hacer sus intereses. Mientras tanto, el país se cae rápidamente al abismo.

En la media hora de camino hacia el convento de San José de Beirut, (que será nuestro alojamiento), empezamos a ver los efectos de la crisis. Mientras recorremos la autopista totalmente obscura, podemos ver a los lados de la carretera unas largas colas de autos estacionados en primera fila cerca de las gasolineras. 

Cola de autos cerca de la gasolinera

 “Los faroles están apagados – nos cuenta Fadi – porque la electricidad pública sólo está garantizada por dos o tres horas al día, y aquellos autos parados a los lados de las carreteras esperan la apertura de las gasolineras. Alguien estacionó su vehículo y mañana a la apertura volverá a hacer cola, otras personas directamente duermen en el auto”.

Tanto la falta de electricidad pública, como las largas filas en las gasolineras son debidas a la falta de gasolina. “Falta la luz – nos explica – porque falta la gasolina, que no hay tras la devaluación de la lira libanesa, y el banco central ya no puede solventar el gasto”. 

En los próximos días podremos profundizar todo, pero mientras tanto llegamos a Beirut, donde es imposible no ver que la gran mayoría de los ricos rascacielos y de los edificios está iluminada.

Aquí hay luz gracias a enormes generadores de electricidad que ahora ya funcionan 24 horas de 24, corriendo el riesgo de fundirse debido al uso constante y al gran calor que incluso a esta hora de la noche no concede una tregua. 

También los generadores se alimentan con gasolina, y debido a la enorme crisis actual, no durarán por mucho tiempo. 

Llegamos rápido a nuestro destino ya que las calles de Beirut están inusualmente desiertas. Éste también es un efecto de la crisis: normalmente hay tráfico intenso hasta las 3 o 4 de la mañana, pero aquí la gente solamente se mueve con vehículos privados y en este momento toda gota de gasolina es valiosa. 

En el convento franciscano nos espera el padre Firas, Ministro General Franciscano de la Región de San Pablo, y guardián del convento de San José de Beirut. Llegamos ya a la una y media.

Charlamos un poco con Abuna Firas, y él también está realmente muy preocupado. “Dentro de pocos días – nos cuenta – la situación empeoró terriblemente. Falta todo y el país está bloqueado. Si la situación no mejora, podría realmente empezar una guerra civil”.

Le saludamos a Firas, quien nos concede otra media hora de electricidad para conectarnos al Wifi y mandarle unos mensajes a la familia, encender por unos minutos el aire acondicionado en el cuarto y bañarnos rápidamente. Al final, el generador se apaga y todo se vuelve obscuro. 

Con la luz del celular me acerco a la cama y me acuesto sobre un colchón ya muy caliente: son las 2 de la noche y afuera todavía hay más de 30 grados. 

Mientras tanto me llega un mensaje de Vodafone, diciéndome que olvidé desactivar el roaming. “Vodafone informa que, debido a los altos costos impuestos por las compañías de teléfono locales, le aconsejamos un utilizo moderado del roaming”. Mi saldo de 10 euros se terminó completamente dentro de pocos minutos.